En el último Informe de Política Monetaria se destacó al gasto en inversión como el componente de la demanda interna que sobresalió durante la actual fase de expansión. En efecto, en 2017 la IBIF creció 11,3% i.a. y la tasa de inversión en precios constantes se encuentra ya muy cercana al máximo registrado en 2011. En este contexto, la inversión extranjera1 en la economía acompañó esa evolución.
Los datos del Balance de Pagos del año pasado indican que el flujo de ingresos en concepto de inversión directa (lo que se conoce como IED) totalizaron US$ 11.857 millones, el segundo valor más elevado de la serie histórica que comienza en 2006. Respecto a 2016 ello implicó un incremento de 264%, fundamentalmente por la recuperación de los préstamos entre empresas relacionadas y el aumento en las utilidades reinvertidas2. Este número resalta aún más cuándo se considera que es superior al registrado en el período del cepo cambiario, años en los que parte de lo contabilizado como IED eran utilidades retenidas y deudas forzadas con matrices, y no, como en la actualidad, producto de decisiones de mercado.
En una comparación tanto histórica como regional, quizás más destacado aún es lo que ocurrió con la inversión de cartera en instrumentos emitidos por el sector privado residente: en 2017 alcanzó los US$ 6.215 millones, siendo el valor más alto en términos absolutos entre varios países de la región3, fundamentalmente por las colocaciones de acciones de las firmas residentes en el extranjero (se duplicaron respecto de 2016 y se multiplicaron por 11 con relación a 2015).
En términos del PIB, la suma de los ingresos por inversión directa y por inversión de cartera en el sector privado representó 2,8% del PIB, máximo de 2006 a la fecha (ver Gráfico 1)
Este resultado no es más que la expresión de los efectos incipientes de la integración financiera para una economía que estuvo aislada de los mercados globales durante tantos años como la Argentina. Sólo por considerar la típica conducta de gestión de portafolios, es esperable que en los años siguientes se produzca una expansión de la hoja de balance de activos y pasivos externos del sector privado, dada la preferencia por la diversificación del riesgo que se les atribuye a los agentes económicos. La ausencia por más de una década de las firmas argentinas en los mercados financieros globales dejó a las carteras de los inversores extranjeros con “poco riesgo argentino” —sobre todo en comparación regional—, por lo que las colocaciones recientes pueden entenderse en parte como una respuesta a dicho “desfasaje”. En efecto, desde junio de 2016 Argentina se encuentra en proceso de consulta por parte de Morgan Stanley Capital International (MSCI) para ser reclasificado de mercado de frontera a mercado emergente en los índices bursátiles que esa misma institución elabora. De prosperar, grandes fondos de inversión que no podían adquirir activos argentinos por cuestiones estatutarias podrán hacerlo, lo que implicaría la llegada de flujos adicionales de inversión a nuestra economía.
Por último, una comparación regional permite poner en perspectiva la evolución favorable de la inversión extranjera en 2017. El año pasado Argentina vio cómo se incrementaron sus ingresos por IED y por inversión de cartera privada en un contexto de achicamiento de esos mismos flujos en la región. Sin embargo, en cuánto a la inversión directa, Argentina se encuentra todavía rezagada, ubicándose aproximadamente 1 p.p. del PIB por debajo del promedio de otros países de Sudamérica (ver Gráfico 2).
Existen varios elementos que invitan a pensar que la economía argentina puede continuar con el proceso actual y alcanzar mayores niveles de IED en los próximos años. Una lista no exhaustiva incluye los siguientes:
La ejecución de los proyectos de inversión anunciados desde diciembre de 2015. De acuerdo con la información de la Agencia Nacional de Inversiones y Comercio Internacional, los proyectos acumulan a febrero de 2018 US$ 108.328 millones (10 veces el monto de IED que ingresó en 2017). Se destacan sectores particularmente atractivos por la disponibilidad de abundantes recursos naturales como los hidrocarburos y la minería como así también los servicios públicos, gracias al desarrollo de los proyectos de participación público-privada (PPP) en el marco de un ambicioso plan de infraestructura.
La prolongación de la actual fase de crecimiento, que ya lleva 7 trimestres consecutivos y es más duradera y menos volátil que en recuperaciones anteriores. El indicador líder de la actividad económica del BCRA (ILA) señala que no existe evidencia de que la fase expansiva se esté agotando4. Asimismo, las expectativas de los analistas del Relevamiento de Expectativas del Mercado (REM) también plantean que el crecimiento continuará a tasas cercanas al 3% al menos hasta 2020.
La sostenida mejora de la percepción de las condiciones institucionales, lo que mejora el clima de negocios. En la edición 2017-2018, Argentina subió 12 escalones en el ranking de competitividad global elaborado por el Foro Económico Mundial (WEF por sus siglas en inglés), en particular por la mejora percibida en el fortalecimiento de los derechos de propiedad, la independencia judicial y la transparencia de la gestión pública. Al mismo tiempo, las reformas implementadas para eliminar y/o reducir distorsiones en los mercados se reflejaron en mejoras en indicadores del mismo informe relativos a la eficiencia del mercado de bienes y al entorno macroeconómico5.
La posible firma del acuerdo Mercosur-UE que impulsaría la llegada de inversiones de empresas europeas6.
El cumplimiento de estas expectativas tendrá relevancia en tanto las inversiones externas pueden constituirse en una fuente adicional de financiamiento que complemente el aún bajo ahorro doméstico.